El riesgo de "Jugar con pólvora del rey"
¿Por qué nunca en la historia una administración pública ha dicho aquello que es tan típico en una empresa como "tras efectuar un análisis detallado y científico de los costes en los que incurrimos para los ciudadanos el uso de los recursos no está siendo eficientemente usado ni otorgando la calidad que se merece, por tanto hemos decidido..."? ¿Por qué? Ni una única vez.
En la eterna balanza entre el sector público y el privado, uno de los debates recurrentes gira en torno a la eficiencia. Se argumenta frecuentemente que las administraciones públicas son inherentemente ineficientes en comparación con las empresas privadas, pero veamos como analizar esto.
La gestión pública de los recursos encarna una visión idealista de lo colectivo, donde los bienes y servicios esenciales son administrados en nombre del bien común, buscando la justicia social y la equidad. Esta idea de solidaridad y protección igualitaria cautiva a muchos, ya que simboliza un compromiso moral compartido por el bienestar de todos, lo que la convierte en la primera opción para aquellos que valoran más la equidad que la eficiencia o la optimización estricta de los recursos.
Sin embargo por el otro lado, parece evidente que las empresas privadas tienen una motivación económica clara para maximizar la eficiencia y minimizar los costes. La competencia del libre mercado las impulsa a adaptarse rápidamente a las demandas del consumidor y a adoptar tecnologías innovadoras que aumenten producción rebajando los costes.
Las administraciones públicas enfrentan desafíos que pueden socavar su eficiencia. Uno a destacar serían los incentivos existentes para la optimización. Otra responsabilidad adicional sería que el dinero no es propio, sino de los contribuyentes. Esto debería imponer una mayor responsabilidad en su gestión. Sin embargo, todos conocemos donde deriva esto: opacidad y corrupción. La clave, podríamos argumentar, radicaría en una gran capacidad de liderazgo, transparencia, honestidad y altura de miras de nuestros políticos. Sin embargo, ¿Tenemos esos gobernantes? ¿Es posible tenerlos?
El principal reto que nos plantea tal situación es la falta del balance entre coste y beneficio. ¿Alguna vez ha jugado al poker con dinero propio y con garbanzos? ¿Es el mismo juego? ¿Se juega igual? ¿Por qué? ¿Y, si además, tuvieras sacos de garbanzos con solo aprobarlo?
Al jugar al poker con dinero, uno acepta tanto las ganancias como las pérdidas de forma directa, lo que afecta a su forma de jugar y a la prudencia que muestra al hacerlo.
En el caso contrario, al faltar la relación entre beneficios y costes, perdemos la capacidad de orientarnos de forma adecuada, y no tenemos la información necesaria para seleccionar cuando algo es una buena inversión.
Esto nos lleva a un punto final donde los criterios de administración de esos bienes terminan rigiéndose puramente por consideraciones políticas, influenciadas por la presión de grupos o por quienes ocupan los cargos de poder, en cada momento.
Jugar con pólvora del rey, careciendo del cálculo de beneficios y costes, y no asumiendo directamente las consecuencias, nos lleva a que las perdidas superen a los beneficios. Eso solo genera más deuda, que alguien tiene que pagar. Y finalmente por tanto, a más impuestos para pagar dicha realidad.
¿Por qué la sanidad, la educación, etc. cada vez cuestan más? ¿Por qué cada vez se encarecen más mientras todos los bienes de un mercado libre cuestan cada vez menos? ¿A quién beneficia que esos servicios cada vez cuesten más?
¿Por qué cuando se crea un ministerio nuevo como "el ministerio de la igualdad" cada vez hay más desigualdad? ¿Por qué cuando se crea el instituto de la mujer cada vez hay más delitos contra las mujeres? ¿A quién le interesa que esos incrementos sucedan?
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Adrián Ravier
